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Me bajé del colectivo contagiado por la alegría reinante arriba. Al descender confundí mi alegría con la de la hora, eran casi las seis y media de la tarde, y un rumor de azahares más el tibio sol de agosto suelen ser causa en mi de buen humor. Me quedaban algunas cuadras de caminata hacia mi estudio como para descifrar este acertijo, que ya a estas alturas de los minutos transcurridos resultaba al menos bastante sospechoso.
Rolo Juárez, dio por concluida su intervención luego de una vuelta completa del recorrido del interno 3 de la línea 18. Exhausto y sin más compañía que la de Marcos decidió que el éxito estaba ya de su lado. Me habló al celular por otras cuestiones más tarde y a pesar del paso de las horas aún reinaba en su voz la excitación que tienen los cantantes al bajarse de un escenario. Decía que su intervención había llegado a su fin luego de una vuelta completa de alrededor de una hora y por los límites establecidos por la convocatoria. Había montado toda una escena arriba de la unidad, toda una fiesta de cumpleaños, uno de esos típicamente infantiles con música, guirnaldas, gorros, pitos y matracas, papitas fritas, golosinas varias, más cotillón, gaseosa y hasta una torta. El colectivo ya no era el mismo de todos los días, era una fiesta. Una fiesta sobre ruedas. Pero volvamos a retomar la búsqueda del punto: una señora de la que nunca supe el nombre viajaba entre maravillada y callada, hacía su trayecto su de todos los días, viajaba quizás pensando el porqué de este cumpleaños. Como muchos de los otros pasajeros no se atrevía a preguntar acerca del porque del evento. La señora en cuestión, lo supimos después, cumplía años. Así entonces luego de unos largos cabildeos internos y luego de unas breves entrevistas que oportunamente hiciera Marcos en el transcurso del viaje, la señora delató su condición de cumpleañera. Allí empezó a redondearse el trabajo entero de Rolo (no porque necesitara de este justificativo para cerrar su operación artística). Ya había generado los suficientes lazos con todos los pasajeros, con los transeúntes de la calle, con los trabajadores de la empresa y sus directivos, hasta con sus amigos que le ayudaron en el montaje y la acción durante el recorrido.
Yo me quedo con la señora. Allí, en ella, se activaron más de un dispositivo todos alusivos al ámbito de lo sensible: recordó en esa breve entrevista que Marcos le hiciera, que nunca tuvo un festejo de cumpleaños de sus quince. La memoria se activa en esos huecos de la falta, esos mojones que marcan el recorrido de nuestras vidas. La intervención le recordó la falta. Algo más bien parecido a una fiesta de cumpleaños de 5 o 6 años le trajo a la cabeza un no festejado cumpleaños de quince. Sintió tal vez que estaba todo este espectáculo montado para ella, como no lo tuvo atrás en el tiempo y aunque solo fuera por unas cuantas cuadras, quizás creyó por un largo rato en esto, porque creyó merecerlo por el hecho de que unos desconocidos la hicieran un poco actriz de este aparatoso y bullanguero “evento” inclasificable a su mirada. Digo esto porque al fin y al cabo le explicaron como diez veces el porqué de esta intervención y no tengo la menor duda de que entendió de esas explicaciones nada o bien hizo un hermoso pastiche para atesorarlo como recuerdo. Yo me quedo con la señora por esa presunción incluso, porque entiendo que el arte tiene, entre otras, la capacidad de generar un ámbito de ficción donde el todo por un segundo se vuelve realidad, y un único y personal momento, o tiene bien al menos la capacidad de ser un espectáculo distractivo y bello porque no, algo como para tener un mejor viaje. Todo un lazo.
La señora al fin se bajó del colectivo, con lágrimas en los ojos, con más de un regalo entre sus manos y con torta. Saludaba emocionada a los “chicos” que desde arriba de la unidad sonaban sus pitos y matracas saludándola a ella también. Se bajó y con ella se bajó también la expectativa de realizar otra vuelta más. Esa mínima pero hermosa operación de algunas cuadras les había ya quitado el aliento a casi todos. Se bajó y pensé que ya teniendo mis fotos y mis otros registros no había mas razones para acompañar el resto del recorrido. Había ya cumplido unas tres cuartas partes de la vuelta. Ya la fiesta caía en un declive, ya se repartían las bolsitas con los regalos y se convidaban los últimos pedazos de torta y vasos de gaseosa. Toda fiesta tiene su fin. Había mucha tierra en el ambiente, hace más de dos meses que no llueve en Tucumán, pero había azahares y algunos lapachos ya florecidos y tenía para mí como ocho cuadras de caminata liberadoras.
Una cosa más de la señora. Yo me quedo con que quizás le importe un pito (de esos que se llevó en una de sus bolsitas) si esto es arte o vaya a saber que cosa. Pero el viaje y el cumpleaños fueron todo suyo.
El Vázquez > San Miguel de Tucumán, 30 de Julio de 2008. 10:37 hs.
La foto de este posteo fue gentilemete cedida por Sofía Auvieux
1 comentario:
Me encanto leer la experiencia relatada, tanto que me senti subido a ese colectivo, ademas de ver la secuencia de fotos de Sofia Auvieux en su flickr, http://www.flickr.com/photos/sofiaauvieux/, que son muy lindas imagenes.
Felicito a todos los que intervinieron en esto.
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